27/3/09

Pájaro Azul

Un
Un pájaro azul sobrevuela mi habitación,
No es la mariposa de Gopala, sin embargo...
Deidades, dioses, sus nombres abundan,
Ninguno llama a mi puerta aún...

Como los aviones en el cielo de London
O como el campesino de los arrozales indios:
La ubicuidad, a veces, depende de levantar la cabeza
En el momento correcto.
Un

27/6/08

El Cuadro Perfecto




Los vidrios de la cocina están ligeramente empañados y mientras dispongo la mochila, el agua para el ineludible té, English breakfast tea, comienza a hervir. Salgo a la calle, angosta y enmarcada por casitas bajas (a pesar de ser de dos pisos) con techos a cuatro aguas y chimeneas cilíndricas, amontonadas y anaranjadas. Decir que llueve sería forzado, lo que cae es, más bien, una perpetua llovizna en otra gris mañana de un barrio londinense (en este caso, al sur del Támesis).

Ante la primera calle con tráfico considerable se hace evidente que algo no es normal. Los automóviles parecen moverse de una manera no natural, o desde otro punto de vista, parecen no tener conductores y sólo personas sentadas en el asiento del acompañante. A sabiendas que “El coche fantástico” era sólo una invención hollywoodense uno agudiza la atención y el intelecto (en la medida que la llovizna perpetua se lo permite) y descubre que en este lugar las gentes acostumbran conducir del otro lado del coche y de la calle, entonces se resigna. Resignación que se convierte en preocupación cuando atravesando un par de esquinas los coches llegan del lado contrario al esperado.

Para evitar posibles y precoces accidentes es mejor dirigirse a la parada del autobús (el #171); la visión primera de este, a priori, prosaico artefacto de transporte es una suerte de epifanía, de irreal revelación, pues se trata de un ser de color rojo y dos pisos, un espécimen con claros aires de mito. Entonces, tratando de contener la burbujeante excitación infantil que se apodera de nuestro espíritu, estiramos la mano tímidamente, pagamos (con una tarjeta que se posa sobre un lector digital, nada de monedas claro...) y con la dicha de un niño subiendo al tobogán subimos la escalera hacia ese mundo lleno de aventuras buscando la primera fila, para luego adherirnos, como uno de esos Garfield con ventosas que se estilan en las ventanillas de los coches, al parabrisas superior del juguete colorado. Es verdad, al ver que todos los demás pasajeros van como si nada pasara, uno empieza a avergonzarse y tiende a sentarse como una persona normal para luego sacar el libro que traía en la mochila y no parecer un turista o un infante (la maldita y repetida tendencia de querer esconder lo que uno es...).

Se llega al río, se lo cruza y uno desciende del autobús para continuar una jornada que tiene demasiadas emociones cuando son apenas las 9am. De todos modos, la abrumadora sensación de la gran ciudad no le impide a la mente formular una astuta pregunta, a saber: “¿Y dónde esta la niebla?”. El romántico espíritu se ve herido en esta oportunidad, ya que no todo lo que uno creyó desde niño es verdad, no siempre habrá autobuses rojos esperándonos en la parada de la vida.
Sin embargo, cuando esa renovada sensación de engaño comienza a tomar fuerza, la perpetua llovizna londinense nos recuerda que no todo está perdido, que no todos los mitos han caído. Para nuestro mayor conforto un chaparrón se desata repentinamente, nos cubre y mientras abrimos el paraguas (naranja, pequeño y afeminado, pero utilísimo) nos sentimos felices de saber que algunas cosas en que necesitamos creer son verdad de verdad.

Dada la cantidad de agua que cae desde las alturas uno busca refugio, que por supuesto no será en un bar, ya que el saber popular de que Londres es una de las ciudades más caras del mundo es desafortunadamente verdadero. Como pasa en las mejores historias es otro mito el que viene al rescate, es así entonces como uno se protege dentro de una impermeable, cristalina y roja cabina telefónica. Lástima que no haya nadie fuera para hacerme una foto. Aprovechando la ocasión uno hace un par de llamadas para intentar obtener lo que todo hombre necesita para sobrevivir en Londres (aparte de un paraguas); estamos hablando de un trabajo.

Es justo decir que en Londres hay muchos trabajos disponibles, y también es justo decir que hay mucha gente a la caza de alguno de ellos. A pesar de esta potencial competencia no fue particularmente difícil obtener una entrevista en un negocio de sandwiches y café, para atender al público, limpiar la cocina y esas yerbas.

Una vez fuera de la cabina telefónica, cuando el chaparrón ha cesado y solo resta esa perpetua llovizna, uno comienza a caminar sin rumbo fijo por la ciudad. Se dice que el “crisol de razas” de Londres es de los mas grandes del mundo y que difícilmente uno aprenda inglés aquí pues encuentra de todo menos un Englishman. Esto es en gran parte cierto, por ejemplo el barrio donde habito está básicamente poblado por inmigrantes negros, ya sea de África como del Caribe, que en general hablan un dialecto incomprensible para mí o, algunos, francés. En la ciudad se encuentran los típicos barrios chino, indio y árabe, por supuesto, y todas las posibilidades del lejano Oriente; a este respecto, con buen criterio integrador las instrucciones para obtener trabajo o permisos se pueden obtener en, por ejemplo, vietnamita, tailandés, etc.

El ejemplo de tolerancia en la convivencia que ofrece Londres al mundo es a tener en cuenta; personas de los más diversos orígenes coexisten pacífica y respetuosamente en esta megalópolis en un equilibrio que es fomentado por los organismos oficiales. En cuanto a esto, los atentados terroristas del 7/5/05 fueron un caso particular, más bien síntoma de una crisis global que de una política interna equivocada.

En el barrio de Whitechapel, por citar un caso, se encuentra una de las mezquitas más grandes de Londres que ocupa gran parte de la manzana en cuestión; a la vez, por caprichos inmobiliarios, circundada por la mezquita, se encuentra una mediana sinagoga. Es así como cualquier día normal uno puede ver a los niños judíos jugar en la puerta del templo, junto al rabino, mientras los fieles musulmanes hacen cola para entrar a rezar.
Obviamente no todo es perfección y armonía en Londres, pero es sorprendente que ante una masa de personas tan ingente y diversa entre sí, que se amplia cada vez más, se logre este estado de convivencia tan cordial. Un estado que en muchos otros puntos del planeta es imposible, incluso entre estos mismos colectivos.

Volviendo a mi búsqueda del verdadero Englishman, la fortuna estuvo de mi lado en cuanto al inglés, pues en mi casa hay dos irlandeses y dos ingleses, lo cual me debería ayudar considerablemente a mejorar mi lenguaje.
Como es sabido que los lectores esperan ya desde hace un par de párrafos el final de este relato, es bueno comenzar a encaminarlo hacia esos lados. Pero como también se sabe que los lectores sensibles necesitan un final acorde, la historia se extiende unas líneas mas, con perdón.

Durante los días de prueba en el potencial trabajo me fue pedido hacer las tareas de delivery, es decir llevar comidas y bebidas por el barrio. Nada sería esto si no fuera porque tuve que hacerlo en bicicleta; y no es que no sepa andar en bici (“uno nunca lo olvida”); es que, si lo recuerdan, aquí la gente conduce al revés! Y como si fuera poco la bicicleta tiraba un carrito detrás, que se sentía como una artificial parte de mi ya artificial andar. Intrépidamente (pero con temor, claro) salí a enfrentar las calles y esas hordas de conductores que tan campantes conducen del otro lado creyendo que es lo más normal del mundo. Para el pesar de los amarillistas periódicos británicos (y hay muchos!) nada malo sucedió, todo fue exitoso y hasta divertido, con un regreso en tiempo y forma.

Ahora que el domingo londinense se va, ahora que he bosquejado los arabescos de un perfecto cuadro que concuerda con nuestras expectativas, creo que es tiempo de ir a cenar y prepararse para la vida real, que de todos modos incluye la perpetua llovizna en esta ciudad.

21/6/08

Ideogramas sobre la matrix


Trabajar de ayudante de cocina en London fue duro y entonces para sublimar toda la frustración le escribí versos a un caballo de jamón.
Ahora, con el fin de sobrellevar mejor el pesado training para ejercer de teleoperador en una compañía de software, veo poesía en una presentación de powerpoint.



19/5/08

En una feta de bacon


En una feta de bacon vi un dinosaurio
los chef se burlaron de mí;
En una feta de bacon vi un águila
de nuevo se rieron así;
En una feta de bacon vi un caballo
esta vez no lo compartí;

Su salvaje hermosura es más fuerte

que todos los cuchillos del hombre.


Por Naren Herrero (London, 2006)




"Cavallo fiero e ferito" por Emanuele Stranges.